domingo, 27 de marzo de 2011

SOÑAR, LO IMPOSIBLE SOÑAR...

Muchas veces me he sentado a meditar acerca del verdadero carácter de la iglesia.  Y creo que cualquier cristiano bien centrado en la verdad, alguna vez ha cuestionado su llamado o su enfoque en el llamado.  A mí me ha ocurrido en un par de ocasiones, sobre todo en estos tiempos en que surgen tantas modas y énfasis que, por su parte, también cuestionan lo que hacemos algunos que predicamos acerca del reino de Dios.  Y mi reflexión tiene que ver con preguntas al Señor acerca de lo que deberíamos estar predicando.  Uno ve el éxito, la fama y la popularidad (sin mencionar el dinero) de algunos predicadores que resaltan un aspecto de la doctrina, llamándose apóstoles de esto o aquello, y mira su propio ministerio, que muchas veces a duras penas se mantiene.  Y honestamente se le pasa por la cabeza que quizás podría estar en la vereda del frente y pasarlo mucho mejor; sobre todo pensando que en muchos casos uno está más capacitado para actuar con esas mismas armas mediáticas y teatrales que muchos de esos predicadores exitosos.  Pero el problema surge cuando, al revisar las Escrituras, uno se da cuenta, sin mucho estudio (porque es muy evidente), que no hay una doble lectura en su Palabra y que sencillamente debemos anunciar ese reino aunque resulte impopular, sin mucho glamour y con bastante olor a fracaso.  Y es que es lo que le ocurrió al mismísimo Jesús, seguido por sus apóstoles, los cuales no recibieron ni aplausos ni éxito; más bien, al contrario, pues sus vidas fueron sujetas a sufrimiento, torturas y muerte.  Entonces, al comprender esta verdad, el corazón se confunde con un sentimiento encontrado: por un lado, el maravilloso gozo de saber, que más allá de instancias personales y egoístas, anunciamos el establecimiento de una verdad absoluta, pero por otro lado, también vierne un sentimiento de rabia e impotencia de ver gente inescrupulosa haciendo negocios con la Palabra y construyendo sitiales donde, obviamente, los íconos son ellos.  Los que seguimos con el mismo mensaje del reino de hace treinta años somos tildados de obsoletos, caducos.  En mi propia cara me lo han dicho un par de personas, aduciendo que me había quedado en el pasado y que lo nuevo era lo que Dios quería.  Mi gran problema es preguntarle a Dios para hacer cualquier cosa y, quizás a mí me ha sido vedada esa estrategia, porque todo lo que escucho de él es que anuncie su reino y que no me aparte de las Escrituras, y entiendo por eso también el no manosearlas hasta tergiversarlas para hacer que digan lo que nunca el Señor quiso decir. De vez en cuando nos encontramos en el camino unos cuantos que pensamos lo mismo, y que nos hermanamos en la frustración de ver cómo la iglesia se va pervirtiendo y farandulizándose en pro de señales y prodigios para impactar las emociones del cada vez más exigente público eclesiástico.  Tal vez sólo seamos un grupo de locos desfasados en el tiempo y la doctrina, recorriendo las estepas de la utopía, viendo enemigos invisibles en los molinos y soñando, cual quijotes modernos, en un sueño imposible de nuestro amado Dios.

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