sábado, 27 de septiembre de 2014

SE LLAMAN PENE Y VAGINA

Usted enciende su televisor y la primera noticia que lo golpea es algo que tiene que ver con la perversión sexual.  Esto ineludiblemente nos lleva a todos nosotros a revisar nuestro corazón, y poner atajo a la oscuridad de nuestros pensamientos y acciones, porque sucede que el apetito sexual y los malos pensamientos habitan en todos los seres humanos, sin distingo de clases ni raza.  Y con más fuerza aún en los que decimos amar a Dios y alinearnos con sus ideas y métodos, porque es mayor el juicio entre los que están precisamente para velar por esos ideales divinos: la iglesia del Señor en la tierra.  Creo que, como hombres que somos, y como los discípulos que anhelamos ser, debemos ser muy honestos a la hora de hablar de nuestra sexualidad, sin considerarlo un tema tabú dentro de la iglesia.  Digo esto porque es un tema olvidado en las charlas cristianas; raramente escuchamos a un pastor desde algún púlpito hablando del sexo en el matrimonio, de las relaciones conyugales y de los pecados que se cometen a diario, sin espiritualizarlo.  Jamás escuchamos hablar de la vagina y del pene, y que el beso es parte del preámbulo amoroso para lubricar los aparatos genitales y prepararlos para el coito. Pero alguien dirá:  ¿Y cuál es el problema con espiritualizar la enseñanza, si lo que se pretende es ser más delicado en estos asuntos y evitar ser tan prosaico en el tema?  El problema es que vivimos en una sociedad brutal, agresiva, donde no podemos estar mandando mensajes cargados de eufemismos.  Los jóvenes de hoy necesitan que se les hable cara a cara, para que puedan entender que Dios espera mucho de ellos, y que no deben asimilarse a una seudo cultura profana y sensual, sino más bien, por el contrario, mantener las banderas del reino de Dios en alto, a pesar que el mundo esté cayendo a pedazos por falta de santidad en la sexualidad.  Los matrimonios necesitan ser despertados a una santidad práctica y de actitudes, sin involucrarse con la vorágine hollywoodense que nos dice que fornicar o adulterar es parte del espectáculo de la vida.  No debemos tener temor de parecer pacatos, caducos u obsoletos, porque nuestro Dios se merece mucho más que un grupo de gente que habla bonito, pero que en lo secreto practica las mismas cosas que los paganos.  Levantemos las banderas de las verdaderas virtudes, viviendo una sexualidad sana y santa, con las cosas claras y el lado oscuro controlado.  El Señor les guarde.  Pastor Rubén Rodríguez R.