lunes, 27 de junio de 2011

¿ALGUIEN DIJO PENE?

 Al mirar las noticias, recurrentes desde hace un tiempo, y ver cuán profunda es la corrupción sexual en el seno de una de las más grandes religiones de Occidente, cabe preguntarse ¿Cómo estará el corazón del mundo, si dentro de un lugar donde se supone que se enseñaban los principios y valores del cristianismo, la sodomía, la pedofilia, la pornografía y quien sabe que aberraciones más, eran prácticas cotidianas?  Esto ineludiblemente nos lleva a todos nosotros a revisar nuestro corazón, y poner atajo a la oscuridad de nuestros pensamientos y acciones, dado que existe el apetito sexual y los malos pensamientos habitan en todos los seres humanos, sin distingos de clases ni raza.  Y con más fuerza aún en los que decimos amar a Dios y alinearnos con sus ideas y métodos, porque es mayor el juicio entre los que están precisamente para vealr por esos ideales divinos: la iglesia del Señor en la tierra.  Creo que, como hombres que somos, y como los discípulos que anhelamos ser, debemos ser muy honestos a la hora de hablar de nuestra sexualidad, sin considerarlo un tema tabú dentro de la iglesia.  Digo esto porque es un tema olvidado en las charlas cristianas; raramente escuchamos a un pastor desde algún púlpito hablando del sexo en el matrimonio, de las relaciones conyugales y de los pecados que se cometen a diario, sin espiritualizarlo.  Jamás escuchamos hablar de la vagina y del pene, y que el beso es parte del preámbulo amoroso para lubricar los aparatos genitales y prepararlos para el coito. Pero alguien dirá:  ¿Y cuál es el problema con espiritualizar la enseñanza, si lo que se pretende es ser más delicado en estos asuntos y evitar ser tan prosaico en el tema?  El problema es que vivimos en una sociedad brutal, agresiva, donde no podemos estar mandando mensajes cargados de eufemismos.  Los jóvenes de hoy necesitan que se les hable cara a cara, para que puedan entender que Dios espera mucho de ellos, y que no deben asimilarse a una seudocultura profana y sensual, sino más bien, por el contrario, mantener las benderas del reino de Dios en alto, a pesar que el mundo esté cayendo a pedazos por falta de santidad en la sexualidad.  Los matrimonios necesitan ser despertados a una santidad práctica y de actitudes, sin involucrarse con la vorágine hollywoodense que nos dice que fornicar o adulterar es parte del espectáculo de la vida.  No debemos tener temor de parecer pacatos, caducos u obsoletos, porque nuestro Dios se merece mucho más que un grupo de gente que habla bonito, pero que en lo secreto practica las mismas cosas que los paganos.  Levantemos las banderas de las verdaderas virtudes, viviendo una sexualidad sana y santa, con las cosas claras y el lado oscuro controlado.  El Señor les guarde.

viernes, 3 de junio de 2011

DIOS ES NUESTRA FUENTE

Nada puede hacer el hombre sin Dios.  Fue creado para expresarle la gloria a su creador, y mientras no se decida a hacerlo, seguirá deambulando por la tierra, sin encontrar sus metas ni objetivos.  A menudo lo vemos, caminando sin expresión por la calle, bostezando en una fila en el banco, dormitando en un asiento del microbús, esperando llegar a su casa y encontrarse con una familia, frente a la cual, aparte de las obligaciones y cierto cariño, no siente absolutamente nada más; mira a su mujer y casi no puede entender, y tampoco busca hacerlo, cómo llegó a relacionarse con ella, en circunstancias que el tiempo le muestra que son absolutamente incompatibles, lo que ha determinado que a la vuelta de esos pocos años de matrimonio, ya sean unos absolutos desconocidos.  Y es que el hombre sin Dios no tiene vigor, ni fuerza, ni incentivos.  Dios es su fuerza, su vigor porque es su fuente. Absolutamente cierto: Dios es nuestra fuente.  Tal como la tierra es la fuente de las plantas, y el mar la fuente de los peces, así el ser humano tiene una fuente, la cual le da la vida, la potencia y su razón de ser.  Si miramos a un pez fuera del agua, es sólo para verlo languidecer y morir, igual que una flor fuera de la tierra.  La Biblia nos enseña con toda claridad esta tremenda verdad.  Lo señala en el Génesis: "...después dijo Dios: produzca la tierra hierba verde, hierba que de semilla; árbol de fruto que dé fruto según su género, que su semilla esté en él, sobre la tierra.  Y fue así....."   Esto significa que la tierra es la fuente de las plantas y, por lo tanto, es lo que le da vigor, vida y propósito.  Lo mismo ocurre con las aguas, así lo vemos en Génesis 1:20.  "...Dijo Dios: Produzcan las aguas seres vivientes, y aves que vuelen sobre la tierra, en la abierta expansión de los cielos...".  De la misma manera, el agua provee el sentido de la vida a los peces.  ¿Pero que dicen las Escrituras con respecto de la creación del ser humano?  Eso lo encontramos en Génesis 1:26 "Entonces dijo Dios: hagamos al hombre a nuestra semejanza...".  Dios nos creó y reclama su derecho de producción, tal como la tierra las plantas y el mar los peces.  Y exactamente de la misma forma que la tierra y el mar son fuentes creadoras, así también Dios es nuestra fuente creadora y, por lo mismo, el que nos da la vida, el vigor, la fuerza y el sentido.  Sintetizando, un hombre sin Dios es lo mismo que ver a un pececito agonizando entre las rocas, a la orilla del mar.  O una flor secándose fuera del jardín.  Dios pueda volvernos a nuestra potencialidad divina, amén.