
Me duele profundamente cómo la gente sin valores y sin
respeto a Dios va tomando palco en las tribunas de la sociedad (léase medios de
comunicación, política, economía, espectáculo, etc) para decirnos por dónde debemos
caminar, qué aceptar y qué no aceptar. Me
indigna tremendamente ver cómo la hombría se ha ido perdiendo de la faz de la
tierra para dar paso a un ser espiritualmente híbrido, sin sabor a nada. Pero lo
que más dolor me produce es ver cómo los que dicen ser cristianos no ejercen un
liderazgo en una sociedad que se va comiendo todo lo bueno, lo poco bueno que
aún queda por ahí. Veo una falta de
compromiso con la verdad, con la fe, con la integridad. Cristianos perezosos, esperando recibir,
recibir y recibir, pero jamás comprometiéndose con la familia, con la sociedad,
con la nación. Y el caos está por
doquier; por donde quiera que pongamos los ojos vemos que las mujeres se van
quedando solas en las congregaciones, batallando solas con el mundo que quiere
arrebatarles los hijos, ministrando solas un culto familiar a Dios,
reprendiendo solas al diablo y a los demonios que pugnan por destruir sus
mundos. ¿Y los maridos? Coqueteando en
la oficina con la secretaria o con la vecinita de turno, hechos los
"machos" o "minos", desligados absolutamente de toda
responsabilidad como padres, como sacerdotes ante Dios, como cabezas de la
familia. Hombres que se olvidaron totalmente
que la verdadera imagen de un hombre completo es la imagen de Cristo. De las mujeres infieles e incoherentes
hablaremos en otra oportunidad, pero hoy quiero hablar de la masculinidad en
retirada; en la iglesia veo miles de mujeres que se van quedando solas por el
sólo "defecto" de haber elegido ser coherentes en su vida, coherentes
con la verdad, coherentes con el compromiso y coherentes con la palabra del
Señor. ¿Pero qué digo? ¿Pobres mujeres? Benditas sean ellas. Pobres hombres,
necios (en lenguaje moderno es estúpido, imbécil, tarado), que se han ido
quedando sin Dios y, por ende, sin principios fundamentales para poder
establecer sus vidas cuando queden completamente solos, sin amigos verdaderos
(los que tienen ahora son parte de la farándula y, por lo tanto, efímeros), sin
hermanos espirituales, quienes, aunque sea a tropezones, tienen el coraje de
querer avanzar en medio de una humanidad colapsada y descreída y, lo que es
peor, solos, sin el respeto de esos hijos que han abandonado y que jamás podrán
ser seres absolutamente plenos por no haber podido contar con un verdadero
padre, sólo un dador del espermio injustamente premiado.
Un abrazo a los verdaderos machos,
Pastor Rubén
Rodríguez R.
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